GEOGRAFÍA ONÍRICA DE CUENCA

Una investigación surrealista de la ciudad de Cuenca, explorada desde el punto de vista de la geografía onírica,  que dio lugar a una experiencia psigoegráfica muy intensa, repleta con encuentros, iluminaciones y azares objetivos significativos.  De algún modo, cuando desde el Grupo Surrealista de Madrid intentamos promover una poética del reencantamiento y desalienación concreta de la vida cotidiana, y cuando hablo de las posibilidades de la poesía en el proyecto de la lujosa pobreza, me refiero a la posibilidad de generalizar comportamientos colectivos parecidos a estos, que están al alcance de cualquiera.

Aquí el texto en formato pdf: Geografía onírica de Cuenca

GEOGRAFÍA ONÍRICA DE LA CIUDAD DE CUENCA

1. Cuenca en el atlas de mi geografía emocional

El 17 de febrero de 2018 mi mujer Xisela y yo decidimos hacer un viaje a Cuenca de un fin de semana. Los motivos, dos. En primer lugar, descansar emocionalmente de un proceso muy duro de crisis interna en el proyecto político en el que participamos, Rompe el Círculo, que nos estaba suponiendo un enorme desgaste personal. Tras más de una década de actividad en Móstoles en pos de la transformación social, el ateneo Rompe el Círculo, del que somos fundadores y al que habíamos entregado como militantes apasionados una ingente cantidad de horas y energía, se encontraba en medio de un doloroso cisma. Divergencias entre estrategias políticas diferentes se amplificaban enredadas en rencillas personales de vuelo muy bajo, imposibilitando su continuidad. Al menos tal y como se había modulado el proyecto desde la revuelta del 15M. La dinámica era tan decepcionante y deprimente que se nos llegaba a plantear la idoneidad o no de poner fin a la aventura, a sabiendas de que su desaparición supondría un fracaso colectivo y un enorme sufrimiento personal.

La segunda razón, y como bocanada de aire que ayudara a aliviar la primera, viajar a Cuenca suponía revisitar la ciudad en el que siete años atrás vivimos juntos un hecho maravilloso, que reclamaba una investigación más honda. En noviembre de 2011 Xisela y yo viajamos a Cuenca. En su caso, por primera vez. En un momento del paseo por el casco antiguo, ella se dio cuenta que había soñado con antelación con ese lugar, en el que jamás había estado. Xisela es una persona profundamente escéptica hacia cualquier fenómeno de lo real que contradiga el sentido común científico. Por ello su iluminación me pareció de enorme valor desde una perspectiva surrealista. Se trataba de un lugar que hoy sabemos que se llama el jardín de El Salvador: un pequeño y sobrio parque rectangular vallado y rodeado de setos, en estado de semiabandono, en el cruce de las calles Solera, Capellán Moreno, Caballeros y Melchor Cano. En su momento no retuvimos el nombre, que hemos averiguado posteriormente para escribir este documento. Antes de entrar en el jardín Xisela me relató su sueño visiblemente afectada, en términos parecidos a estos:

“Huía y llegaba justo a este parque, que tenía exactamente estos mirtos, aunque un poco más tupidos. Había una presencia que me perseguía. Sabía que no podía estar ahí pero no encontraba la salida. Me escondía entre los mirtos. Tras un tiempo de espera asustada, más abajo, lograba encontrar la puerta de salida, cerca de una fuente. Sabía que una vez fuera del jardín la presencia no podría hacerme daño. Entonces subía una cuesta con callejuelas estrechas y llegaba a la casa de las fiestas, que es un lugar recurrente en mis sueños. La casa de las fiestas es un edificio de tres plantas, y en la primera se celebran fiestas”.

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La impresión de que estaba regresando a un lugar que había conocido en sueños se le impuso a pesar de su propia incredulidad. Lo verdaderamente sorprendente fue que pudo anticipar algunos elementos, lo que dio a su iluminación un carácter desconcertantemente objetivo. No solo había una fuente muy cerca de la puerta de salida que todavía no habíamos visto, sino que unas calles más arriba encontramos un edificio que Xisela reconoció como la casa de las fiestas.

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Guardamos aquel episodio de interferencia entre sueño premonitorio y vigilia como una joya experiencial. En algunos momentos, buscando una explicación racional a aquel encuentro abismante, llegamos a especular con la existencia de una suerte de memoria familiar hereditaria, todavía no descubierta por la neurociencia ni la genética, dado que el abuelo materno de Xisela había vivido de joven en Cuenca durante un año, bastante antes del nacimiento de su madre.

Como herramienta que nos permitiera profundizar en aquel hecho que tanto nos había impactado, propuse a Xisela hacer una batida psicogeográfica por el casco antiguo de Cuenca que tuviera en la exploración onírica su grial maldito. A diferencia de una deriva psicogeográfica, una batida tiene uno o varios objetivos de búsqueda prefijados. Como una suerte de investigación no neolítica, que solo puede alcanzar su verdad cazándola o recolectándola.

2. Metodología

Desayunando en el café de Los Arcos, en la Plaza Mayor, establecimos una serie de reglas básicas que nos permitieran enfrentar la batida como un juego. Sobre un plano turístico del casco antiguo, marcamos cada uno cinco puntos al azar, con los ojos cerrados, y los numeramos. Un procedimiento que ya había probado previamente en Valencia con una amiga y en Aranda del Duero con la propia Xisela y que en ambos casos tuvo efectos asombrosos. En los puntos marcados debíamos encontrar alguna pista, indicio o señal reveladora, que esta vez tendría que estar relacionada específicamente con el mundo de los sueños. La idea de localizar previamente los yacimientos oníricos, como si fueran tesoros, era educar la mirada para lo maravilloso común. Empujar a despertar todas aquellas riquezas de lo posible que tendemos a despreciar. Curiosamente, aunque no siempre fue evidente de inmediato, en todos y cada uno de los puntos descubrimos algo que hoy podemos considerar un tesoro, aunque es obvio no en todos ellos lo maravilloso resplandecía con la misma intensidad.

El punto cero de la exploración sería el jardín de El Salvador.

Además, para evitar un callejeo demasiado condicionado por la presencia de esos supuestos tesoros, decidimos introducir normas en la caminata. Recordamos un sueño en que Xisela, intentando enseñarme a tocar la guitarra, me explicaba “que en esa canción la guitarra había que cogerla en el sentido contrario a las agujas de la noche”. Supusimos que la enigmática frase nos ordenaba caminar en sentido contrario a las agujar del reloj. Pero para evitar bucles sin salida, los muros permitirían volver sobre los pasos y girar el rumbo. Lo mismo que los encuentros con tendales de ropa en uso. En un casco antiguo casi despoblado, un tendal es un símbolo de vida que anima a la irrupción de las rutinas. Dicho esto, aunque la regla primó la mayor parte del tiempo, no siempre fuimos fieles, desviándonos aquí y allí si algo despertaba poderosamente nuestro interés.

  1. Geografía onírica de Cuenca

Se enumeran a continuación, por estricto orden de aparición, los principales hallazgos que tuvieron lugar durante la batida, que duró aproximadamente desde las diez de la mañana hasta la puesta de sol, un poco después de las seis y media, con una pausa larga de dos horas para comer y descansar.

Antes de comenzar propiamente el paseo, encontramos una imponente casa azul en la calle Mosén Diego de Valera, que se alzaba como ola oceánica. Inmediatamente la asocié con un verso escrito en el poemario La llamada del mar, que recordé a Xisela: “llegará el día en que no sepas distinguir en qué lado del sueño un cerro te planteó una adivinanza, una casa azul era una ola”. El verso es un esqueje poético nacido de trenzar los sueños recurrentes de Xisela con enormes tsunamis, que se le aparecen como paredes de agua semidetenidas que no terminan de romper nunca contra la costa, y en los que se pueden ver multitud de animales acuáticos como si fueran inmensos acuarios naturales, y una casa azul colindante a la casa de mi abuela en Ferrol, que siempre se me antojó acuática.

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Tras el desayuno, y descendiendo hacia el jardín de El Salvador para comenzar la batida, una frase en la calle Alfonso VIII nos advertía de que quizá nuestro empeño fuera inútil o profundamente erróneo, pues se trataba más de cantar que de soñar.

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De algún modo la frase tenía algo de interpelación vital en tanto que Xisela y yo tuvimos durante años un grupo de música en común, Las órdenes de mayo, que por el peso de la crianza de nuestro hijo y las obligaciones militantes habíamos abandonado. Pensé que quizá se trataba de un signo sobre la existencia de otras formas de uso del tiempo compartido más liberadoras, como componer canciones, y que podría ser una predicción de lo errado de nuestro juego psicogeográfico.

El parque de El Salvador fue el inició de la batida propiamente dicha. En el momento, no supimos encontrar el nombre del lugar en ningún cartel o indicación. Solo posteriormente, y tras una búsqueda por internet que no ha sido sencilla, pues no aparece ni en google maps ni en planos turísticos de la ciudad, y en la que hemos tenido que recurrir a bucear en noticias de la prensa local, hemos podido saberlo. Este anonimato resulta revelador de la poca importancia que el jardín tiene para la autoproyección de la ciudad en tanto que mercancía turística. Es también cuanto menos curioso que el parque donde en sueños Xisela lograra escapar y salvarse de la presencia amenazadora que la perseguía se denomine El Salvador.

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Como en el sueño, la puerta de escape de jardín estaba abierta, justo detrás de la fuente en la terraza más baja del mismo, en el lado oeste. De la puerta colgaba una cinta americana rota, parecida a la que se usa para cortar el paso en una obra o emplea la policía para impedir la entrada de curiosos a la escena de un crimen. Dedujimos que el parque era entonces una guarida de la bestia, una trampa donde ésta arrinconaba recurrentemente a sus presas hasta devorarlas, lo que acentuaba la sensación de claustrofobia terrorífica ligada al sueño original. Pero que la cinta estuviera rota representaba también la evasión victoriosa del peligro. En el muro, dos elementos innecesarios y únicos rompían desconcertantemente la monótona simetría. Un único hierro curvo que nacía de la piedra y terminaba en espiral y una bola naranja encajada en los adornos de la verja. ¿Quizá testimonios de los supervivientes que en sueños lograron escapar? Entonces además de Xisela debería haber, al menos, otro superviviente onírico del jardín.

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Comenzando la batida, pronto nos encontramos con el punto número 10 que estaba marcado en el mapa: la plaza de El Salvador. A un lado, una pared con una grieta que nacía de una lámpara, lo que confería al resquicio el aspecto de un relámpago. Enfrente, un cartel vacío, como un signo del fracaso del lenguaje y la comunicación. En una extraña ventana con cerradura, pintada obsesivamente en francés la palabra louse (piojo). Cerrando la plaza, una iglesia con una puerta en ese momento perfecta para apoyarse a tomar el sol. Se respiraba en el lugar un cierto aire de invitación a la profanación religiosa, y el triángulo entre tres de los vértices simbólicos de la plaza, el cartel vacío, la iglesia solárium y los piojos me hacían pensar en el segundo canto de Maldoror: ese aullido de incomunicación atea que canta a como Maldoror fecunda un piojo hembra para destruir a la humanidad. Pero el lugar no presentaba ninguna conexión o analogía evidente con ningún sueño (en mis sueños sí suelen aparecer tormentas como paisaje de fondo, pero el rayo por sí solo no decía mucho). Más tarde ese mismo día supimos que hasta dos veces las torres de la catedral de Cuenca habían sido impactadas por rayos que habían desencadenado portentosos incendios, lo que terminó de conferir a la plaza la solemnidad psicogeográfica de un memorial al terrorismo deicida.

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Un poco después encontramos colgada de un muro un ancla. Un elemento marino fuera de contexto en la vigilia en una ciudad como Cuenca, pero quizá útil en los sueños, en tanto que la salida al mar es frecuente en las ciudades oníricas de tierra adentro. Yo mismo he soñado alguna vez con el puerto de Móstoles, donde el partido independentista catalán CUP tiene un acogedor bar-hotel.

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En el sitio donde se había marcado el punto número 9, un muro de la calle Santa Lucía, nos topamos con el dibujo de un arlequín o juglar. Posteriormente pintadas similares de arlequines aparecerían por otros rincones de Cuenca. La imagen me inquietó mucho, pero en el momento no supe asociarla a nada. Sin embargo, de vuelta a Móstoles, y revisando mis cuadernos de sueños, encontré uno enormemente revelador del año 2006: junto con mi amigo Marcos penetraba en los túneles del metro. Allí nos encontrábamos a miles de obreros disfrazados de arlequines, portando antorchas en asambleas tumultuosas, y preparando a escondidas la huelga salvaje generalizada. Algunas de las vías del metro eran canales y había que desplazarse en góndolas, como una suerte de Venecia subterránea. Sin duda, los arlequines del proletariado insurrecto continuaban la labor del viejo topo en Cuenca.

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Ascendiendo por las estrechas escaleras de la calle Moratín encontramos una serie de casas con las paredes ligeramente curvadas, como en ocasiones se presentan en los sueños, sometidas al efecto deformante de una lente.

A los pocos metros hallamos otro objeto onírico, que también se distribuía con frecuencia por la ciudad: tachuelas en las puertas antiguas con forma de seno de mujer. Me transportó a la adolescencia, donde tuve un impactante sueño erótico con los senos de Xisela, que estaba muy lejos por aquel entonces de ser mi pareja, y la que en aquellos días era su mejor amiga. Ambas se bañaban desnudas en la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, y yo masajeaba sus pechos mojando pétalos de flores en el río. Del frote de los pétalos y las tetas emanaba un encadenamiento de perfumes deliciosos y muy intensos. Después ellas desaparecían y solo quedaban los cuatro pechos y mis manos, que seguí amasando un tiempo que en el sueño me parecieron horas. Como en aquel sueño, en Cuenca se aparecían senos sueltos de mujer, esta vez en la confluencia de los ríos Huécar y Júcar, los Tigris y Éufrates de nuestra Mesopotamia Onírica.

Al final de las escaleras de la calle Moratín, ya en la calle Canaleja, encontramos una suerte de monstruo informe encarcelado en un callejón al que se accedía por un portón con el número 4. Xisela sugirió que quizá se trataba de la presencia amenazante que había comenzado todo, a la que por fin se había dado caza, y estaba allí expuesta como en un zoo.

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Doblando por la calle González Francés en descenso hacia el río Júcar nos topamos en un muro gris con una pintada amorosa, que decía “cruzaré océanos de tiempo para encontrarte. Sibir espera”. La promesa nos resultó hermosa por su tono poético, aunque inicialmente no nos remitiera a ninguna experiencia onírica concreta. Al final del día terminó revelando su sentido de descubrimiento epistemológico.

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En la calle de El Retiro, una pared se nos presentó con las cualidades metamórficas y hermafroditas propias de los objetos oníricos, donde una cosa puede ser al mismo tiempo cualquier otra. Así claramente el descorche de la pintura formaba en el muro un rostro de perfil. A los pocos metros, nos cruzamos con una pareja que paseaba. Ella hablaba por el móvil y decía a su interlocutor: “está claro, estamos en dos ciudades distintas”. La frase nos llamó la atención por su contenido misterioso (es difícil imaginar el resto de la conversación en términos del sentido común establecido). Y porque parecía reafirmar como un sabio aforismo que la ciudad onírica y la ciudad museo eran dos planos de experiencia contrapuestos.

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En el punto marcado con el número 8, esquina de la Calle Federico Muelas con Calle San Juan inicialmente no descubrimos nada digno de mención. Sin embargo, un examen más detallado nos reveló unos tags de grafiteros en una señal de tráfico que podían ser leídos como un mensaje de reverberaciones importantes: rompe ogar ETS. Rompe es el diminutivo que solemos emplear para hablar de nuestro proyecto político en Móstoles, Rompe el Círculo. Ogar fonéticamente nos remitía a hogar. En medio de la zozobra, Cuenca nos daba un consejo como a veces aconsejan los sueños: Rompe el Círculo era lo más parecido a nuestro hogar. Y por tanto debíamos seguir peleando por su continuidad.

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Una pintada de Amor en una señal de STOP (STOP Amor) nos sugirió la importancia de un tipo de sueño, relativamente común en ambos, en el que se nos revela enamoramiento o deseo por una persona en sueños. Lo que en la vigilia es una simpatía creciente, pero todavía difusa y flotante, tras un sueño con esa persona, no necesariamente erótico, se convierte en una atracción sexual o afectiva irresistible. Como si el sueño nos hiciera parar y darnos cuenta de que ahí está el amor.

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Subiendo más tarde por la calle Andrés de Cabrera, y quizá removida por el descubrimiento del tesoro número 8, Xisela fue repentinamente asaltada por un recuerdo onírico importante: “no había caído hasta ahora, pero la casa de las fiestas es Rompe”. Lo manifestó visiblemente sorprendida por la reacción en cadena de asociaciones que se estaba produciendo en su memoria. El edificio en el que desembocó su sueño, que posteriormente se convirtió en un lugar onírico altamente frecuentado (Xisela vive sus sueños habitando escenarios oníricos recurrentes que van unificándose poco a poco en un gran territorio común), y que hasta entonces ella llamaba la casa de las fiestas, era realmente nuestro centro social. Con una primera planta para hacer fiestas, un bajo que se abría a la calle en forma de bar-tienda cooperativa y un tercer piso más centrado en actividades políticas. Justo en el punto donde el recuerdo se reveló, una pequeña plaquita en la pared decía “Cuenca a plena luz”. Como si ese fuera el lugar donde emergen del oscuro inconsciente, a plena luz, descubrimientos deslumbrantes.

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Siguiendo la calle Andrés de Cabrera hasta su conversión en Alfonso VIII dos hallazgos que nos parecieron intuitivamente vinculados con lo onírico pero en los que aún no hemos sabido encontrar ningún hilo suelto: una ventana que dejaba ver unas cortinas entre las que bailaban múltiples manos y la palabra coral, escrita en tiza. Como la dialéctica de los sueños es compleja, quizá Cuenca también haya emitido señales a los sueños de las noches futuras, que aún están por llegar.

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Sorprendentemente, y en uno de los azares objetivos más fascinantes de la jornada, pues los puntos del plano fueron señalizados con los ojos cerrados, el tesoro número 4, el cruce de la calle Alfonso VIII con el convento de Las Esclavas, marcaba el lugar exacto de la casa de fiestas descubierta ocho años antes, que apenas unas calles atrás acababa de ser recordada como el local asociativo Rompe el Círculo en la ciudad onírica de Xisela. Esta casualidad nos pareció profundamente significativa. El bajo del edificio estaba ocupado por una suerte de pequeño bar pastelería, llamado La anteplaza, muy parecido al que la gente más optimista del colectivo quería abrir en el nuevo proyecto, si es que este finalmente sobrevivía y continuaba. El nombre nos remitía vagamente a una suerte de retaguardia emboscada del espíritu de las plazas ocupadas del 15m, acorde con el planteamiento que algunos defendíamos para el futuro del ateneo. A unos metros, en la tapa de un cuadro de luz, pudimos leer la pintada Niños Salvajes: un guiño simbólico al origen prehistórico del proyecto, el grupo de gamberrismo ilustrado y descolonización de la vida cotidiana Huérfanos Salvajes, que visto retrospectivamente había perdido su orfandad política (en el sentido de desorientación sin referentes ni arraigo) en la construcción y gestión de un espacio como Rompe el Círculo. Como ocurre con algunos sueños que sirven para acentuar voluntades y tomar decisiones, toda esta constelación de descubrimientos alrededor del punto número 4 del plano, en alineación con el número 8, asentó en nuestro ánimo fuerzas renovadas para revertir la decadencia del proyecto político al que habíamos unido la última década de nuestra vida.

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El descubrimiento había sido tan abrumador que estuvimos tentados a encontrar otros lugares de la ciudad onírica de Xisela. Especialmente “la casa de Nati”, un edificio que en su parte trasera tiene un patio de luces al que asoma una pequeña terraza y tiene plantado en su centro un enorme agave que hay que utilizar para descender desde las plantas elevadas. Y cerca de allí la calle donde se ve la curvatura de la tierra. Durante toda la parte de la batida que nos llevó de la Plaza Mayor hasta la zona más alta de la ciudad escudriñamos cada rincón con la obsesión de encontrarlos. Hasta el punto de que quizá bloqueamos la percepción para otros descubrimientos menos predeterminados. Una vez alcanzada la parte más elevada de la ciudad, nos dimos cuenta que había sido un esfuerzo en vano.

Una vez en la zona más elevada, en la calle Trabuco, la X número 2 marcada en el plano nos señalaba un patio profundo como un pozo que abría un hueco imprevisto entre las casas. En el fondo del patio, un árbol. Abordado el lugar horas más tarde desde otro ángulo, más lateral, vimos que el árbol estaba protegido por dos muros cerrados, como si se tratara de un objeto sagrado, peligroso o muy preciado. Al final del día supimos que ese patio profundo era una reminiscencia arquitectónica del antiguo foso de la ciudad.

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Saliendo después por el Arco de Bezudo y cruzando el puente de entrada que salva el foso de la ciudad, se encontraba el tesoro señalado con el número 1 en el plano, un poco antes de que la calle Trabuco se bifurcara en el camino de San Isidro y la Calle Larga. Justo allí, un cartel anunciaba el comienzo del Sendero del Agua Encantada del Jucar. El hallazgo parecía de por sí atractivo por el mismo nombre de la senda. Pero unos segundos más tarde se convirtió en un hiato de belleza estremecedora: bajo el ojo del puente, apenas a unos metros del cartel, una cascada onírica de estalactitas de hielo. Pura expresión de agua encantada. Tras el descubrimiento del tesoro número 5 horas después cabría interpretar este lugar como la fuente de la eterna juventud.

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Unos metros más allá, y explorando un poco el sendero del Agua Encantada, la hoz del Júcar se me presentó presa de una potente alucinación onírica. Vistas de lejos, las formas de las rocas se asemejaban a moias rapanui esculpidos en la montaña. Las figuras de moais de isla de Pascua, que siempre me han fascinado desde pequeño, suelen presentarse en mis sueños con cierta frecuencia, aunque siempre a distancia, inalcanzables, como de fondo. La última, uno en el paseaba con mi padre buscando el mar y en el que los montes que rodean Ferrol estaban repletos de moais combinados con otros tótems y enormes atracciones de feria en ruinas.

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De vuelta a la ciudad, en la entrada de la puerta de Bezudo, reparamos en un plano quemado en el que el dibujo de las calles se había ennegrecido y distorsionado, como ocurre con las ciudades familiares en los sueños.

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Los siguientes pasos de la batida nos regalaron algunos jirones de sustancia onírica que todavía no hemos sabido descifrar: un dibujo con la frase “nos alimentamos de luz”, quizá una oda a la fotosíntesis o una imagen con una ambición simbólica más sofisticada; también un cántaro semienterrado tomando el sol, como si acopiase luz para un banquete.

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La ola onírica de Xisela encarnada en casa, que habíamos intuido vagamente en la calle Mosén Diego de Valera, se mostró sin ningún género de dudas en la parte de la calle Trabuco que desciende estrecha y peatonal por la ladera de la hoz del Júcar, junto al mirador Camilo José Cela. Allí una casa blanca, alrededor de un balcón de madera, de la que colgaban más de una docena de figuras de animales acuáticos: pez martillo, tortuga, pulpo y otros muchos peces como los que se podían observar en las paredes de agua semidetenidas de los sueños de Xisela. Unos metros más al sur, en el mirador, una pequeña placa con una cita de Camilo José Cela, que a pesar de encontrarse en las antípodas del surrealismo, nos pareció muy bien afinada con la música de la batida y el sentido de su búsqueda: “Caminando Cuenca al viajero le brotan de súbito alas en el alma, mundos desconocidos en el mirar”.

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Como en un altar de frases, alrededor del mirador algunas pintadas convencionales, típicas de jóvenes con deseos de abrir su percepción, pero que condimentaban bien el momento y su misión: “instantes” “desaprende” “desintoxícate de la realidad” “vuelve a nacer”. También otra menos evidente “soy exactamente lo que nadie está buscando”. Nos hizo sentir la tristeza de que un comportamiento como el nuestro fuera seguramente muy extravagante entre los muchos turistas que paseaban esa mañana Cuenca. Lo que nos llevó a pensar en cómo eso hablaba mal de las posibilidades emancipatorias de nuestro tiempo.

Tomando la calle Severo Catalina, frente a la Fundación Antonio Saura, el tesoro señalado en el punto número 3: un banco, que tenía adheridos una serie de mensajes. “El banco más sostenible del mundo”, como se hacía llamar, lucía una alerta de “atención nota importante, aviso de paso”. Que ese aviso de paso importante se encontrara en unos de los puntos marcados aleatoriamente en el plano se nos antojó hermosamente perturbador, y prestamos la máxima atención. Había dos citas, una de Ítalo Calvino, de Las ciudades invisibles:

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, en el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer qué y quien, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.

La otra de Jung. Es sabido que Jung es uno de los onironautas más importantes de la historia moderna:

“Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la consciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma”.

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Como necesitábamos reposar la intensidad de lo vivido, y acercándose la hora de comer, decidimos poner en pausa la batida, dando aun un pequeño rodeo por el barrio de San Miguel hasta encontrar un restaurante más económico y menos atestado fuera del casco viejo. Por el camino, sin pretenderlo, realizamos algunos descubrimientos distraídos: una pintada que enunciaba un “amor consciente hacia todo”; una placa de “la unión y el fénix español”, que luego supimos que se trataba de una desaparecida compañía de seguros, pero en el momento nos sugería la sede de una sociedad iniciática fascista. En el restaurante, que estaba adornado con grabados y dibujos de elementos pintorescos y emblemáticos de la ciudad, como las casas colgadas, casualmente el camarero nos sentó justo debajo de un pequeño dibujo de La casa de las fiestas-Rompe el Círculo.

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Tras una breve siesta en el hotel, retomamos la batida un poco antes de las cuatro de la tarde. En la subida de la calle Alfonso VIII, en el punto marcado en el plano con el número 7, encontramos la entrada a un parking: un enorme túnel que se abría como una boca o cueva que penetraba en las entrañas de ciudad. Animé a Xisela a sospechar que quizá el tesoro no se encontraba solo ahí, ya que como es propio en una ciudad-escalera como Cuenca, construida a varios niveles, debíamos considerar las tres dimensiones. Y justo encima de la entrada del túnel se podía ver una plaza con un balcón. Llegamos a ella, la Plaza del Carmen, y descubrimos en el suelo el dibujo de una concha-espiral, que se situaba justo por encima de un punto en el que túnel por debajo del suelo había recorrido una decena de metros. Ambos elementos se asociaron inmediatamente en mi mente con un lugar que ya habíamos visitado, no en sueños sino en la vigilia, pero en un estado de ensimismamiento erótico, y era muy importante en nuestra historia amorosa: el palacio de Quinta da Regaleira, en Sintra, y su pozo de iniciación, al que se accede por un túnel. Más tarde, reflexionando sobre este hallazgo, me he dado cuenta que la arquitectura del túnel que penetra en las profundidades y el ascenso espiral a la superficie es exactamente la arquitectura de muchos de mis sueños. Cada cierto tiempo tengo lo que he denominado sueños por capas: normalmente pesadillas, de las que voy despertando en una cama, pero en otros sueños, que ya no son pesadillas pero tampoco sueños agradables –es habitual que remitan a reflejos vacíos y empobrecido de la cotidianidad consciente, como mi propia casa o la de mis padres- y que tengo que ir atravesando esforzadamente hasta lograr salir. En ocasiones he tenido que cruzar hasta cuatro capas de sueños, como vueltas en espiral, para lograr ascender a la vigilia. En el proceso, el sueño se vuelve progresivamente lúcido: sospecho que sigo soñando y busco pruebas de ello. En raras ocasiones aprovecho la lucidez para explorar y disfrutar del sueño, porque normalmente suele primar un sentimiento de angustia motivado por la pesadilla inicial de la que se huye como de la asfixia. Suelo terminar saliendo de la última capa forzando mucho el sueño. Un truco que me sirve de unos años a esta parte es saltar dentro de un espejo.

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Entre la plaza del Carmen y el mirador de Mangana hallamos una pintada que decía, sencillamente, “te quiero 4”. Asociamos el 4 amado con el número del callejón en el que por la mañana encontramos a la bestia de la pesadilla de Xisela encerrada. Como un grito de celebración de los habitantes de la ciudad onírica de Cuenca ante el peligroso minotauro por fin domeñado. Unos metros más allá, un nuevo arlequín nos insinuaba que el topo de la revolución proletaria seguía su trabajo.

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Desde el mirador de Mangana, además de una vista impresionante de la hoz del Júcar intensificando sus colores ante la caída de la tarde, pudimos ver un pequeño campo de fútbol que parecía estar incrustado entre los tejados. De adolescente soñé una vez jugar un partido de futbol entre tejados. El barco-hotel, uno de los edificios más singulares de la ciudad onírica de Xisela, con doble escalinata y ascensores en diagonal, tiene por techo un estadio.

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Un poco más tarde, ya en la Plaza de Mangana, la torre homónima, que se alza sobre una gran explanada tipo plaza dura recién restaurada, y que oculta en el subsuelo las ruinas del antiguo alcázar árabe, se me pareció en su desconcertante y misteriosa soledad, en su radical falta de contexto que justificara su presencia, como un elemento radicalmente onírico. Hay algo en esa torre más propio de un faro que de una torre, como afirma Lurdes Martínez de la Torre de las Galerías Piquer, en Lavapiés. Que hubiera albergado el reloj de la ciudad desde el siglo XVI nos hace pensar en una suerte de faro del tiempo. A unos metros, una suerte de escultura abstracta fea y absurda, que sostiene por el cruce de diferentes cuerdas un cubo de aspecto metálico en el aire, terminaba de dar a todo el complejo una atmosfera alucinada. Más tarde supimos que se trata de algo tan ridículo como el monumento a la Constitución del 78 más grande de España: “Estructura plural y unitaria en equilibrio por tensiones contradictorias sobre una base de gran firmeza” según Gustavo Torner, su autor.

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Saliendo de la plaza Mangana en dirección al penúltimo tesoro que debíamos encontrar, una cita de Jesús Antonio Rojas, poeta y galerista conquense, con ecos sobre el poder paradójicamente contradictorio del sueño, que rompe y a la vez repara la psique humana: “cada noche se me desgarraba el corazón, pero a la mañana siguiente amanecía entero”.

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El punto señalado con el número 6 en el plano resultó ser la plaza de la Merced. A un lado de la plaza, el Seminario Conciliar de San Julián, del que vimos entrar a un grupo de seminaristas jóvenes. Enfrente, el Museo de las Ciencias de Castilla La Mancha. Inicialmente, no supimos ver nada oníricamente significativo en ese lugar. A nivel de intuición poética directa, se traba hasta entonces del punto señalado en el mapa más pobre de la batida. Por ello no tenemos documentación fotográfica. Horas más tarde, y pensando en la Plaza y su anodino significado, el enfrentamiento arquitectónico de dos cosmovisiones tan contrapuestas como un seminario católico en activo y un museo de ciencias naturales de cierta importancia me pareció relevante. Me recordó a la disposición de los pabellones enfrentados de la URSS estalinista y la Alemania Nazi en la Exposición Universal de Paris de 1937 y su, al mismo tiempo, real pero aparente hostilidad. Para el tema que nos ocupa, el significado y el valor del sueño en la vida liberada, interpreto ahora la plaza como una oportunidad para confirmar el planteamiento correcto del surrealismo al respecto, que se organiza en oposición beligerante a una doble carencia: la de la aproximación religiosa al sueño como la revelación espiritualista desde un plano trascendente, más allá del mundo material, y la lectura cientificista vulgar del sueño como proceso fisiológico neuronal de procesamiento de la memoria sin ningún significado de importancia para la vida de las personas.

Finalmente, tras cruzar la plaza de la Catedral y deambular un rato por las callejuelas que serpentean a su sombra, llegamos a la Plaza de la Ciudad de Ronda, último tesoro marcado en el plano, el número cinco. Tres son los elementos desconcertantes que nos sugirieron algún tipo de vínculo con el mundo de los sueños. A la entrada de la plaza, encontramos cubos de hielo a los pies de un árbol, como si este diera frutos glaciales. Hace unos años, Xisela tuvo un sueño en el que nos encerrábamos una serie de amigos en bloques de hielo enterrados, como búnkeres, para no tener que sufrir el drama del pico del petróleo. ¿Será el fruto de la eterna juventud un fruto de hielo? ¿Sería la cascada del tesoro número 1 su fuente= A los pocos metros, de nuevo otra figura similar a los arlequines ya entrevistos por otros rincones de Cuenca, en una estampa manifiestamente onírica. Finalmente alzamos la vista y vimos la plaza entera gobernada por una inmensa frase en latín: omnia mortalium opera mortalitate damnata sunt. Un fragmento de las cartas morales de Séneca a Lucilio, que se podría traducir por “todas las obras del hombre están condenadas a perecer” y que hacía referencia al incendio que destruyó la ciudad de Lyon en el año 65. Parece que la ilusión del hielo de la eterna juventud quedaba refutada por el implacable beso del fuego del tiempo. Además, soñar mi propia muerte, de las más diferentes formas, ha sido una constante durante toda mi vida. Sin duda, algo que ha ayudado a reafirmar una conciencia de límite que considero el fondo de verdad desde el que apoyarse necesariamente para una apertura al mundo apasionada. No por casualidad el primer verso del hasta ahora único poemario que he aceptado publicar rezaba así: “morirás en solución de continuidad”.

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En ese lugar, y con todos los puntos con tesoros visitados, dimos por concluida la batida. Faltaban apenas 15 minutos para el comienzo de otro paseo, más convencional, que partiría de las escaleras de la catedral para recorrer junto con otros turistas y un guía el casco viejo de Cuenca por la noche. La intención era complementar nuestra exploración singular con alguna información histórica general que nos pudiera ser útil para terminar de armar el mapa de nuestra geografía onírica. De toda la información proporcionada, además de anécdotas como la de los rayos caídos sobre la catedral, o la ubicación original del foso, una nos pareció especialmente deslumbrante: la existencia de los llamados popularmente “rascasuelos” en oposición a los rascacielos. Los “rascasuelos” son edificios del barrio de San Martín, al borde del barranco de la hoz del Huécar, en el que la planta baja a nivel de la calle se convierte en la planta cuarta o quinta vista desde el barranco, porque los edificios, además de elevarse en altura, han crecido hacia abajo escarbando en la tierra y proporcionando miradores impresionantes sobre el barranco y el río. Hacer habitable sucesivos niveles del inconsciente para acceder a la contemplación vertiginosa de lo maravilloso: ¿Qué otra cosa estábamos haciendo allí, con este ejercicio de geografía onírica? ¿En qué otra ciudad tendrían más sentido, como analogía de todo un comportamiento liberador, la existencia de “rascasuelos” que en el casco viejo de Cuenca?

  1. Introducción a la geomorfología onírica: el paisaje kárstico de los sueños.

El paseo turístico nos proporcionó otro campo de información que actuó sobre nuestra mente como un poderoso afrodisiaco analógico: la historia geológica de la región como ejemplo de paisaje kárstico.

Allí tuve una intuición fulgurante en forma de asociación entre el mundo de los sueños y el paisaje kárstico propio de lugares la serranía de Cuenca. Una intuición que sospecho que puede permitir trabajar en el desarrollo futuro de una suerte de geomorfología onírica como forma de aproximación sistemática a la topografía material que conforma los sueños. Estas notas quieren desbrozar el terreno. Como bisagra de esta analogía, la frase amorosa encontrada por la mañana fue esencial: “cruzaré océanos de tiempo para encontrarte”. De pronto se presentaba como el mensaje transmisor de una vieja sabiduría: la vinculación simbólica del agua y el tiempo, que es ya una tradición en sí misma desde el río de Heráclito.

La hipótesis sería la siguiente: al igual que en el paisaje kárstico, la geomorfología del sueño parece surgir de la combinación entre la sedimentación de experiencias vividas radicalmente heterogéneas, que se asemejan a los conglomerados de rocas, y como ellas se apilan en capas y estratos, y la acción de un componente disolvente también de naturaleza líquida en un plano simbólico, pero más poderoso que al agua, que es el tiempo.

En función de su intensidad (por razones personales o sociales y también por efecto del azar, las vivencias directas y los recuerdos de un ser humano, y los distintos tipos de asociaciones que se establecen entre ellos, van superponiéndose bajo la conciencia inmediata, abigarrándose y compactándose de modo complejo. Esto conforma un subsuelo mental muy heterogéneo y aleatorio en su distribución, con vetas y filamentos más pétreos e impermeables y otros más arenosos y solubles. De modo análogo a los procesos geológicos, más allá de la lenta pero imparable cimentación cotidiana, este subsuelo psíquico también está sometido a grandes conmociones, tanto por el efecto del choque de placas tectónicas emocionales, que nos remiten a las experiencias más íntimas (el enamoramiento, el duelo por la muerte de un ser querido), como también por el poder destructor de procesos volcánicos, que quizá es más fácil asociarlos a los grandes desgarros colectivos, como una revuelta, una crisis económica o una guerra.

Del efecto combinado de la sedimentación vivencial cotidiana mezclada con estas orogenias biográficas y estos vulcanismos históricos nace una compleja estratigrafía de materiales que presentan diferentes niveles de resistencia al paso del tiempo que, como el agua en el paisaje kárstico, se filtra en el inconsciente y va haciendo un trabajo de erosión permanente. Así las partes más blandas e intrascendentes se van disolviendo en el olvido, conformando lo que podríamos llamar el lado cóncavo de los sueños y por tanto su espacio hueco transitable. Las partes más duras van definiendo el lado convexo, su superficie limitante y a la vez expuesta a ser percibida.

El resultado es una morfología material del sueño compuesta, al igual que el paisaje kárstico, por un complejísimo sistema de cuevas y galerías a múltiples niveles, que conectan entre sí zonas aparentemente alejadas de la memoria, perforadas por largos e inesperados agujeros que de pronto descienden a pozos traumáticos, y que en algunos momentos descubren paredes en la que las capas de vida emocional de años o décadas se han comprimido en apenas unos metros. En algunas regiones del inconsciente se forman enormes cavidades por el hundimiento parcial que puede provocar la falta de un sustento firme por efecto de la erosión en niveles inferiores. En otras el peligro de desprendimientos es inminente. Y como ocurre con la arenilla roja del karst, el juego del tiempo y algunos materiales sensibles va dando lugar a formas caprichosas increíbles, de suprema belleza, como se presenta en ocasiones el mundo onírico.

Ahondando en el poder asociativo de la analogía, no es difícil encontrar muchos de los otros elementos geológicos del karst en la morfología onírica: la irregularidad general del sueño, su inestabilidad consustancial, se explica porque caminamos sobre él como se camina sobre lapiaces, como un pavimento con pequeños surcos; los agujeros súbitos que de pronto nos hacen caer y nos transportan violentamente a zonas mucho más profundas de nuestra psique serían las simas; cuando estas depresiones presentan un tamaño superior, a pesar de que sus paredes puedan ser también escarpadas, y se puede acceder a ellas desde la superficie, nos hallamos ante dolinas oníricas; la concatenación por colapso de varias dolinas poco profundas conforma una úvala: depresiones cerradas amplias y de fondo plano, hacia las que puede descenderse con cierta facilidad, como se desciende en el sueño con facilidad y por tanto con frecuencia hacia ciertas regiones agradables de la memoria, como el colegio o el pueblo en la infancia.

La existencia de lagunas subterráneos en los sistemas kársticos nos apunta a esa experiencia del sueño en la que el tiempo parece haberse embalsado en alguna oquedad inconsciente, y apenas unos minutos del reloj de la vigilia pueden condensar horas de intensa aventura onírica. Hasta las estalactitas y las estalagmitas pueden interpretarse como protuberancias emocionales, imágenes recurrentes, punzantes y afiladas que que bien se alzan o bien descienden amenazadoramente, obstaculizando el camino, desde alguna litificación experiencial. Y no faltan en nuestros sueños los fósiles marinos que de repente quedan al descubierto, mostrando las huellas de cómo era la vida en nuestro devónico o el silúrico personal: ese objeto concretísimo, ese lugar de la primera infancia o esa vieja costumbre, olvidada hace años, que se muestra en el sueño con total nitidez.

Durante la mayor parte de su historia, el ser humano ha utilizado las cuevas como refugio o hábitat. También como santuario y como puerta de iniciación para afrontar misterios que, si bien rechazamos resolver desde un enfoque religioso, es imprescindible afrontar para generar personas plenas en sociedades maduras. Entre los muchos aportes que el surrealismo, de modo directo o quizá más oblicuo, puede hacer al necesario reencantamiento y por tanto transformación radical de una civilización industrial en colapso, está promover una cierta espeleología de espíritu a través de la transvaloración de la vivencia onírica personal. Constatar que los sueños poseen una geomorfología kárstica puede ayudar a sumergirnos en ellos como en una de nuestras más vibrantes aventuras.

  1. Psicogeografía entre postales: un debate con la viuda de Luther Blissett.

En un texto firmado por la viuda de Luther Blissett, aparecido en el libro Pánico en las Redes, en el que se da cuenta de las hazañas de su fallecido marido en España, se narra una frustrada deriva psicogeográfica en el casco viejo de Cuenca en diciembre de 1999 protagonizada por varias de las múltiples personalidades de Luther Blissett. Inicialmente, se admite que la ciudad debía poseer condiciones aparentemente privilegiadas para la psicogeografía:

Su paisaje reúne privilegios naturales, sedimentos históricos y atractivos culturales. El trazado de las calles de su parte antigua se pliega a un terreno irregular, lleno de niveles y de puntos de fuga para la deriva. En sus callejones se acumulan cientos de leyendas y de episodios históricos más o menos verídicos.

Sin embargo, Luther Blissett pronto comprendió lo inútil de su propósito en un territorio que consideraba como absolutamente recuperado por el espectáculo. Como una ciudad embalsamada en conservantes y Fondos de Cohesión para la contemplación turística: “La deriva en espiral no pudo aportarnos ninguna huella, ninguna marca, ningún indicio. Donde poníamos los ojos veíamos una postal”. Y decretaba la muerte de Cuenca como lugar que pudiera inspirar una vida pasionalmente superior: “una «ciudad museo», una ciudad intocable que simplemente se contempla y que confunde la vida con el vandalismo, confunde también el arte con su muerte y yace ella misma cadáver”.

Es difícil rechazar algunos de los síntomas descritos por Luther Blissett y su viuda: Cuenca se ha cubierto de un “simulacro de vida cultural de altas miras” que le sirve para reforzar el atractivo turístico que ya le confería la declaración de su casco antiguo como Patrimonio de la Humanidad. Alrededor del considerado mejor museo de arte abstracto de España, y de una facultad de Bellas Artes que presume de vanguardista, Cuenca se ha ido convirtiendo en una suerte de Meca tanto para pintores vivos consagrados como para aspirantes jóvenes a artistas. Su perfil de ciudad de la España interior, alejada de los grandes centros de poder, y a la que por ejemplo solo muy recientemente llegó la red de autovías, envuelve toda la propuesta de un aire de oasis secreto y autenticidad que, en un mundo globalizado, solo puede respirarse en provincias. Una pequeña ciudad que, en la competencia descarnada con otras ciudades por la supervivencia, esto es, por flujos de turismo e inversiones, ha hecho de arte una estrategia de creación de alto valor agregado. El efecto desolador es evidente, como ocurre con cualquier otra constatación del poder avasallador y unilateral de la lógica del capital en los modos de vida. Cuenca puede ser leída como la enésima prueba de que el capitalismo instaura un régimen de prostitución generalizada con un enorme poder destructivo tanto en lo ambiental como en lo antropológico. Quizá el dato más estremecedor es el despoblamiento del casco viejo: apenas 1.500 personas, de las 55.000 que viven en Cuenca, habitan en las zonas que los turistas frecuentamos. Como contrates, durante la Edad Media el casco viejo conquense llego a albergar a más de 6.000 habitantes.

Sin duda Cuenca es esto que describe Luther Blissett: la ciudad de pueblo, “donde la policía redacta las notas de prensa”, que he hecho “del arte su ideología”. Y nos atrevemos a completar, del arte su mercancía en el supermercado mundial. Pero el análisis de la sintomatología conduce a un diagnóstico exagerado que deprime y bloquea innecesariamente nuestras posibilidades de emancipación concreta. Funcionando de fondo, un error teórico que merece ser rebatido. Aquellos que venimos del linaje surrealista y situacionista hemos aprendido a entender el capitalismo y sus diez mil expresiones, porque el capitalismo no es solo un sistema económico sino un patrón civilizatorio, desde un marco categorial demasiado condicionado por la idea de totalidad hegeliana, que es extremadamente compacta, integrada y unitaria. En base a estos presupuestos conferimos al espectáculo una omnipotencia colosal: así todos los fenómenos de la alienación son uno, conectados entre sí en una concatenación perfecta que convierte en colaboracionista cualquier gesto que no sea desencadenar el apocalipsis redentor que permita empezar de cero. Sin duda, el reflejo en el espejo de este tic teórico son esas esperanzas mesiánicas, grandilocuentes y siempre fallidas, que ponemos en cualquier destello de rebeldía. Como si se tratara de la chispa que puede incendiar el mundo convertido en una pradera seca.

Pero si sustituimos esa idea de totalidad unitaria por una noción de lo social como realidad intrínsecamente plural, con continuidades pero también discontinua, en la que cualquier cierre o totalización es necesariamente parcial y transitorio, y por tanto irremediablemnte ambivalente, lo cual no implica tampoco aceptar el monadismo atomizante liberal porque rechazar que todo este unido con todo no significa que nada esté unido con nada, se abren condiciones de operación poética y vital muy diferentes. Entonces Cuenca, la ciudad museo, como humildemente demuestra nuestro pequeño ejercicio de geografía onírica, se convierte en el campo de toda una serie de revelaciones, pistas y acontecimientos maravillosos, de esos que cargan de sentido una vida. Y como vimos incluso un personaje tan siniestro para la causa de la poesía como Camilo José Cela puede otorgarnos una cita extremadamente afortunada para la experiencia reencantada de la ciudad. Se trata sobre todo de tomar ante la realidad una actitud de disputa que no tema admitir la negociación, el mestizaje y la infiltración entre aquello que aspiramos a vencer. La poesía secuestrada en las garras del enemigo no florecerá si rechazamos de antemano cualquier forma de mimetismo con él. Como afirmaba Ítalo Calvino en la frase del banco hallado durante nuestra batida, no se trata de impugnar el infierno de modo absoluto, sino de “buscar y saber reconocer qué y quien, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.

Es evidente que en Cuenca, como en casi cualquier otra ciudad turística, se pasea entre postales. Son muy pocas las casas en la que cuelga ropa tendida. Pero si uno abandona el histerismo del gran rechazo, que paradójicamente es profundamente condescendiente con nuestra situación de derrota porque nos paraliza en ella, y asume los riesgos del funambulista, descubrirá que debajo de la tierra supuestamente quemada del espectáculo sigue latiendo un humus fértil para la erotización de nuestros imaginarios, la imantación de nuestras potencias poéticas y el enraizamiento de nuestra utopía política.

Emilio Santiago Muíño, con la colaboración y revisión de Xisela García Moure.

Julio 2018.