La escena de The Wire en la que el exalcalde de Baltimore, Tony, le explica al recién
ganador de las primarias demócratas Carcetti la esencia de la política se ha convertido
ya en legendaria: gobernar es beberse una taza de mierda tras otra. “Taza de mierda”
es una buena metáfora de lo que supone el proceso Operación Chamartín-Madrid
Nuevo Norte (OC-MNN) para los ecologistas que militamos en Más Madrid. Y que
confiamos en su potencia como proyecto político capaz de abrir brecha institucional en
materia de transición ecológica socialmente justa. Aunque el MNN diseñado por el
equipo de Carmena implica mejoras evidentes respecto al planteamiento de la vieja
OC de Botella, para las expectativas de un partido que quiere impulsar el Green New
Deal como horizonte de transformación social, tiene también algo de decepcionante.
En lo ecológico es un proyecto problemático. En lo socioeconómico, da continuidad a
un modelo perverso que es evidente que no se ha sabido transformar, aunque esto
último seguramente era pedir demasiado al municipalismo. Las críticas que ambas
aristas (la ecológica y la socioeconómica) han generado, aunque discutibles en
algunos sentidos, en otros son acertadas. Y la oposición social al desarrollo
urbanístico, una buena noticia, aunque tense nuestra posición de partido (la dialéctica
movimientos e instituciones siempre es conflictiva). Por ello me parece que la
expresión “taza de mierda” se adecua mejor a la disposición que en Más Madrid
deberíamos adoptar ante este tema: sustituir el enfoque triunfalista por un tratamiento
mucho más humilde, el del mal menor y la minimización de daños. Pasadas las
elecciones, cuando reconocer la debilidad propia y por tanto poder hacer autocrítica ya
no penaliza políticamente, al menos no tanto, una reflexión como esta se torna no solo
necesaria. También oportuna.
Recapacitar colectivamente sobre el proceso OC-MNN puede ser útil en diferentes
planos: por un lado para Más Madrid en tanto proyecto político en formación, que
todavía no tiene órgano directivo conjunto y en el que las decisiones de cada territorio
se toman con un alto grado de autonomía. Sin duda hay aspectos de la aprobación
final de MNN que chocan con los principios que deberían dirigir las políticas públicas
de marcado signo verde que aspiramos a liderar. Esto refleja que en Más Madrid no
existe aún consenso unánime sobre qué puede significar eso de la transición
ecológica. Toca construirlo. También es sintomático de que falta una visión compartida
sobre algo que en todo partido siempre genera infinitas fricciones: el arte de lidiar con
los límites de lo posible cuando se es fuerza de gobierno. Más Madrid asentará su
proyecto político y se dotará de una organicidad realmente funcional después del
verano: estas dos discusiones estratégicas deberán estar en el orden del día. Por otro
lado, MNN permite iluminar, a la luz de lo concreto, dilemas y encrucijadas que el
ecologismo activista hasta ahora ha manejado de modo muy abstracto: las generadas
por la contradicción de gobernar ecológicamente una sociedad estructuralmente
insostenible.
De las tres críticas que el desarrollo OC-MNN ha levantado, me centraré en dialogar
políticamente con su impacto ecológico y algo menos en lo que tiene MNN de apuesta
por un modelo socioeconómico neoliberal. El último aspecto denunciable, los posibles
delitos que hayan sido cometidos durante los 25 años del proceso de tramitación,
quedarán fuera de análisis: sencillamente la justicia deberá tomar las medidas
correspondientes si estos hechos se demuestran. Por supuesto, toda luz que pueda
arrojarse sobre los entresijos de la Operación Chamartín es bienvenida. La renovación
recurrente de un convenio que ha permitido a un operador privado una mejora
sustancial de las condiciones del suelo público sobre el que va a hacer negocio, y a
una empresa pública como ADIF actuar como si fuera un terrateniente, deben
esclarecerse. Y si se hubieran cometido hechos punibles, perseguirlos y castigarlos.
Pero cualquier análisis político debe diferenciar claramente entre una operación
urbanística delictiva y una operación urbanística especulativa. Una u otra marcan
terrenos de juego, y oposición, con límites y posibilidades diferentes.
Merece la pena reconstruir los principales hitos de este desarrollo de modo telegráfico
sin entrar en demasiados detalles técnicos: con la llegada de Ahora Madrid al
Ayuntamiento, la vieja Operación Chamartín de Ana Botella quedó paralizada. Ese fue
el penúltimo giro de un proceso que ha estado dando bandazos un cuarto de siglo. Las
magnitudes de la operación, tres millones de metros cuadros a edificar en un lugar
estratégico y de gran valor, y la implicación de una constelación muy compleja de
actores (Comunidad de Madrid, Ayuntamiento de Madrid, pequeños propietarios del
suelo, promotores privados –Distinto Chamartín Norte DCN, liderado por el BBVA- y
ADIF-Renfe/ Ministerio de Fomento) no facilitaron el proceso. En este tiempo el plan
original fue mutando en paralelo a la progresiva financiarización tanto del urbanismo
en particular como de la vida económica y social en general: en un afán de llevar el
lucro inmobiliario al máximo potencial del terreno a intervenir, la edificabilidad casi se
duplicó y las densidades se intensificaron. La propuesta de Botella fue el máximo
exponente de este proceso: 3,2 millones de metros cuadrados de edificabilidad
lucrativa, y 17.000 viviendas, de las cuales solo 1.900 contaban con algún tipo de
protección.
La llegada de Manuela Carmena al Ayuntamiento de Madrid paralizó la Operación
Chamartín en un estadio muy avanzado, cuando ya estaba aprobada en Junta de
Gobierno Local, y propuso una alternativa: Madrid Puerta Norte, cuyos lineamientos
nacieron de un conjunto de mesas participativas que querían sentar en un diálogo
común a los distintos actores implicados, incluyendo entidades de la sociedad civil
(vecinales, ecologistas, institutos profesionales) que habían quedado siempre fuera.
Madrid Puerta Norte suponía una reconsideración radical del conjunto de la operación:
aunque se mantenía el mismo índice de edificabilidad, se renunciaba a soterrar las
vías del tren, por lo que los m2 construibles (y lucrativos) se redujeron hasta casi la
mitad. El nuevo enfoque obtuvo el beneplácito de los movimientos sociales y las bases
más politizadas de Ahora Madrid. Pero provocó el rechazo frontal de los actores de
mayor peso: abandonaron las mesas participativas en las primeras sesiones; la
Comunidad de Madrid se opuso a dar el visto bueno a la modificación del Plan
General, sin la cual Madrid Puerta Norte nunca se hubiera convertido en realidad y
denunció su paralización al Tribunal Superior de Justicia de Madrid; DCN se sumó a la
oleada de denuncias; el PP añadió este asunto al pulso obscenamente partidista que,
desde el Ministerio de Hacienda, estaba echando para obstaculizar cualquier logro
político de los Ayuntamientos del cambio en general, y de Madrid en particular. Los
ataques contra Carmena desde el poder mediático, que prácticamente consideraban a
Madrid un soviet, eran por entonces furibundos. Y es probable que la percepción del
gobierno de Ahora Madrid fuera que la parálisis sin alternativa de una operación
estratégica como Chamartín, que se encontraba por fin tramitada en su primera fase,
era regalarle la campaña electoral a la derecha. Y podía ser el gran desencadenante
de la derrota en 2019. Para analizar con justicia lo que vino después, no debe
olvidarse que MNN es fruto de este complejo y muy desigual conflicto político y de la
sensación, errada o no, de que en esta batalla se jugaba todo.
En estas circunstancias, solo cabían dos opciones: resistir o negociar. Se optó por lo
segundo, siendo el ministro de Fomento Iñigo de la Serna el interlocutor. Además del
cálculo electoral, que toda fuerza política responsable está obligada a hacer, cualquier
valoración sobre lo idóneo de esta decisión debe de tener en cuenta también que una
derrota judicial hubiera supuesto implementar, sin modificación alguna, el plan de
Botella. No era un riesgo menor pensando en el interés general de la ciudad. Que solo
se termina de calibrar si tenemos en cuenta que el Ayuntamiento no tenía ninguna
fuerza de presión propia. Y, por favor, no nos contemos cuentos autocomplacientes:
quien piense que la sociedad civil organizada madrileña hubiera podido ganar en las
calles la batalla de Madrid Puerta Norte al Estado Central, la Comunidad y el BBVA,
sencillamente vive en un espejismo ideológico. Volveré sobre ello.
De la mesa técnica de negociación entre Fomento y el Ayuntamiento salió Madrid
Nuevo Norte. El nuevo acuerdo fue anunciado por el Ayuntamiento como una especie
de empate entre los intereses de los promotores (OC) y los de la ciudadanía
organizada (Puerta Norte). Pero el resultado estaba sesgado en favor de los
promotores. Aun así, es honesto admitir que se produjeron avances: entre los 3,3
millones de m2 lucrativos de la OC, y los 1,7 planteados por Puerta Norte, se pasó a
2,8 (lo que implica retomar el proyecto inicial de soterrar las vías con una gran losa de
hormigón). De las casi 19.000 nuevas viviendas iniciales que contemplaba la OC, con
solo un 10% de vivienda protegida, MNN reducía hasta 10.500, siendo más de un 20%
(2100) vivienda protegida, lo que sumadas a las cesiones obligatorias establecidas dan
al Ayuntamiento un total de 4.000 viviendas para hacer política habitacional, lo que
casi duplicaba las cifras de Puerta Norte.
Con todo, MNN es un proyecto ecológicamente muy problemático. Y no tanto por
urbanizar (existe consenso en que es necesario reparar la brecha urbana que supone
el sistema ferroviario de Chamartín), construir en altura (ecológicamente es más
nociva la dispersión urbana extensiva que la edificación densa e intensiva) o
concentrar actividades terciarias (si los usos están debidamente mezclados y hay buen
acceso de transporte público, es razonable). Lo es por la escala del proyecto. La
enorme densidad que se prevé en el centro de negocios colindante a la estación de
tren tendrá importantes implicaciones en el incremento de la movilidad regional. Un
estudio de Ecologistas en Acción y el Instituto DM calcula que los desplazamientos
diarios hacia la ciudad de Madrid aumentarán un 23% en el año 2040 por el efecto de
MNN. Si la proporción automóvil/transporte público se mantiene en los patrones
actuales, el tráfico en los nudos Norte y Manoteras podría colapsar. Además, en
función del grado de electrificación del parque de coches madrileño, esto tendrá
afecciones muy perjudiciales tanto en la contaminación del aire como en materia de
emisiones de CO2. Hay que añadir que la perspectiva del movimiento ecologista (que
yo comparto) es que las grandes expectativas de electrificación de la movilidad privada
son fantasiosas.
Contra estas advertencias, el Ayuntamiento de Madrid ha defendido que el transporte
público será el eje central de la movilidad generada por el nuevo desarrollo, como
ocurre en otros distritos financieros globales. Que Chamartín sea uno de los nodos de
transporte público mejor conectados de la región es la base de su argumento, que al
menos Ahora Madrid aspiraba a reforzar limitando mucho las plazas de aparcamiento
en destino. Sin embargo, el informe crítico de Ecologistas en Acción señala que el
incremento del uso del transporte público, especialmente si se apuesta por
desincentivar el uso del coche, puede desbordar sus actuales capacidades. Por lo que
el paquete MNN vendría con una cláusula escrita en letra invisible, que es el
requerimiento futuro de fuertes inversiones públicas en infraestructuras de transporte
para asegurar el aumento del caudal de viajeros. Por el contrario, el exgerente de la
EMT, Álvaro Martínez Heredia, ha defendido que la sobrecarga o la sostenibilidad en
materia de movilidad dependerá de cómo sea la ejecución concreta del plan, que está
todavía abierta.
Este problema ecológico concreto se superpone a otro mucho más genérico, de
carácter más simbólico, pero que alimenta casi con más pasión la oposición ecologista
a MNN: cuando lo que nos pide la gravedad de la crisis ecológica es decrecer,
rehabilitar más que construir, reducir emisiones, minimizar desplazamientos, y adoptar
pautas urbanísticas muy sobrias, MNN dispara un proceso urbano claramente
expansivo. El soterramiento de las vías de tren con una gran losa de cemento para
aumentar la edificabilidad es el icono perfecto de este disparate ambiental. Esta crítica
es cierta. Pero también es políticamente más inoperante. Volveré sobre ello.
Y los perjuicios ecológicos se entrelazan con los daños socioeconómicos del proyecto:
un gran centro de negocios en el norte de la ciudad profundizará sin duda el
desequilibrio de una metrópolis muy desigual, donde el empleo de calidad ya está
volcado en su arco noroeste. Las dimensiones del mismo rayan la hipertrofia: es
probable que Madrid no tenga una demanda de oficinas de lujo tan alta para tanto
edificio nuevo, abriéndose la posibilidad de que muchos de ellos funcionen como una
suerte de “cajas de seguridad” para los desplazamientos globales de capitales. Es
decir, que ni siquiera se ocupen con actividad económica real y solo sirvan para
revalorizar activos ociosos. El aumento de la vivienda pública es insuficiente para
cubrir las necesidades de una política de vivienda justa para Madrid. Y todo lo que esto
tiene de cuestionable se recarga en su proyección simbólica: MNN es la prueba de que
Ahora Madrid no ganó la batalla al neoliberalismo y los bancos siguen haciendo en
nuestra ciudad negocios especulativos. Como en todas partes del mundo, por cierto.
Este último comentario no es un sarcasmo gratuito. Es importante para valorar
políticamente algo como MNN y el papel de Más Madrid. El Madrid ecosocialista por el
que alguien como yo lucha aprovecharía los terrenos baldíos de Chamartín para
desarrollar huertas urbanas, donde un sector primario joven surtiría con técnicas de
permacultura comedores escolares y hospitalarios, y cobrarían su producción en
moneda social. Pero un friki como yo está a años luz del sentir general de una ciudad
como Madrid. De hecho, esta postal decrecentista a la mayoría de la población de
Madrid le sugerirá algo parecido a un infierno polpotiano. Llegar a hacer realidad algo
mínimamente parecido a esto exige una guerra de posiciones larga y difícil para ganar
a tu favor ese sentir general. Sin este punto de partida, la actividad política se rebaja a
la performance autoexpresiva, casi a un ejercicio estético. No muy distinto de las bellas
fotografías del trigo en Manhattan que cultivó la artista Agnes Denes en 1982. Algo
bonito en lo que recrearse, pero de nula capacidad transformativa.
Esto es una caricatura. Madrid Puerta Norte no era una utopía ecológica, sino un
proyecto urbanístico muy razonable. Pero la política de mayorías, que es la que
importa en una institución, no se hace sobre un folio en blanco donde las ultraminorías
activistas volcamos modelos de ciudad, aunque sean razonables. Se hace modulando
la materia prima de un sentir general que viene dado. Y desde una correlación de
fuerzas materiales que tiene en las elecciones una parte muy pequeña de su reparto
real.
En nuestro tiempo, este sentir general dado y esta correlación de fuerzas se ha
cocinado al fuego lento de 40 años de neoliberalismo, con una derrota histórica sin
paliativos del proyecto socialista (que no fue casual, sino que revela errores teóricos
de fondo de la cosmovisión marxista) y negando sistemáticamente cualquier mirada
ecológica. En Madrid, con el agravante de haber sido el laboratorio antropológico de
Esperanza Aguirre. Esto implica que todo proyecto transformador real solo podrá
gobernar este presente amargo haciendo muchas concesiones ideológicamente
difíciles. ¿De qué servía Madrid Puerta Norte si no iba a poder nacer nunca dada la
oposición frontal de los más fuertes de los actores implicados? ¿Permitiría, al menos,
su defensa numantina una gran victoria cultural y política que se pudiera traducir en
una victoria electoral por mayoría absoluta en las elecciones siguientes y también
ganar la Comunidad de Madrid y el Estado, cambiando así la correlación de fuerzas?
¿O hubiera sido contraproducente?
La correlación de fuerzas de cada situación política es algo muy oscuro. Admite
muchas interpretaciones. Por eso siempre habrá argumentos para pensar que te
quedaste corto o que te pasaste de largo. Visto el resultado final es razonable pensar
que, como mínimo, al gobierno de Ahora Madrid le faltó audacia para cerrar un
acuerdo más ambicioso en lo ecológico y social. Pero tampoco podían pedirse
milagros: ¿Capacidad negociadora de Ahora Madrid en 2015-2019? Gobierno en
minoría y no cohesionado, siendo la más débil de las tres administraciones implicadas,
y además ahogada por el Gobierno Central. Sin duda se puede acusar además a la
dirección de Ahora Madrid de no tener, de origen, un proyecto de ciudad rupturista.
Pero aunque lo hubiera tenido, lo importante es que no poseía medios ni fuerzas para
implementarlo.
Por contrastar: ¿cuál es la representación institucional en 2019 de quién hizo del
rechazo a MNN su bandera? Con un 2,63% del voto, ninguna. ¿Aprobación en pleno
de MNN? Por unanimidad, aunque habrá una porción de votantes de Más Madrid que
nos hubiera gustado otro posicionamiento. Admitamos que la democracia
parlamentaria está viciada. Pero hay que forzar mucho la verdad para pensar que
MNN no es un proyecto profundamente mayoritario entre la ciudadanía madrileña y
que la oposición al mismo supone la mayoría social. Y esto enlaza con la cuestión del
sentir general dado: por desgracia, a la mayoría social real de esta ciudad, que es la
que conforma cualquier gobierno de mayorías, un pelotazo urbanístico favorable al
BBVA es algo que le importa poco. Si va unido a promesas de puestos de trabajo y
recalificación de patrimonio, lo raro es que no genere entusiasmo.
Igual exagero. Pero el sentir general es algo que se nos da especialmente mal a los
activistas. Uno de los grandes problemas de nuestros movimientos sociales es que
habitamos en burbujas ideológicas: para el caso de Madrid, a veces la he llamado
lavapiescentrismo. Esto es, nuestro talento para confundir nuestro microcosmos con la
realidad social. Y además creernos dueños de una suerte de poción mágica (una
filosofía de la historia) que, como en la aldea gala de Astérix, nos hace invencibles
ante enemigos infinitamente más numerosos y poderosos. El juego de espejos del
Twitter y otras redes sociales ayuda a alimentar este solipsismo autocomplaciente.
Si una hipotética resistencia popular contra OC y MNN hubiera adquirido grandes
dimensiones, con miles de personas en las calles, sin duda hubiera sido más fácil una
posición institucional más valiente respecto a la defensa de Puerta Norte. Es un
argumento falaz: es difícil movilizar a la gente contra un desarrollo urbanístico que,
para el sentir general, más allá de las minorías organizadas, no parece especialmente
lesivo. Especialmente cuando este sólo son unos planos. Pues es mucho más difícil
ganar elecciones paralizándolo.
Se podrá argumentar que de poco sirve ganar las elecciones municipales si no se
consigue doblarle el brazo al poder del BBVA en la ciudad. Aquí subyacen varios
errores. Cuando antes nos libremos de ellos, antes adquiriremos una perspectiva
madura para el nuevo ciclo. Como cualquier momento de destitución, el 15m generó
una ilusión tan falsa como necesaria: la de la confundir voluntad de cambio y potencia
de cambio. Pero esto es puro formalismo político: tratar la realidad como quien dibuja
planos, de un modelo de ciudad o de transición ecológica, en un papel. Pero los
cambios reales solo se producen a través de una durísima reorganización de los
entramados materiales que conforman la vida social. Y esta es cualquier cosa menos
plástica: desde la influencia capilar de los poderes económicos (y todos los resortes
que pueden movilizar en la defensa de sus intereses) hasta los imaginarios
predominantes encarnados en discursos (que también son materiales, para algunos
despistados que andan atrapados en dicotomías materia-cultura que toda ciencia
social seria abandonó en los años sesenta).
Y si querer nunca es poder, ni siquiera en el nivel del gobierno nacional, mucho menos
en el ámbito municipal. Reequilibrar socioeconómicamente Madrid, transformar su
modelo productivo hacia el empleo verde, reducir sustancial y no retóricamente sus
emisiones de CO2, dotar a las administraciones de poder real frente a los
conglomerados privados, enviar en definitiva el neoliberalismo al museo de la historia,
son metas que no están dadas a escala municipal. Gobernar la Comunidad como la ha
gobernado el PP durante cuatro legislaturas ayudaría, pero tampoco sería una
garantía de éxito. Solo un largo ciclo de 12 o 16 años en el gobierno de la nación con
mayorías absolutas, y con aliados internacionales, permitiría logros sustanciales e
irreversibles. Y aun así estarían salpicados de renuncias. Parece mentira que al
evaluar el corto verano del municipalismo, como lo llamó Kois Casadevante, olvidemos
sistemáticamente que los municipios del cambio solo eran el primer peldaño, débil y
muy frágil, de una escalera que aún no hemos ni empezado a subir. Lo mejor de
nuestra inteligencia política debe ponerse, una vez superada la reseca, al servicio de
retomar esa rumbo ascendente que empezó en 2014.
Añadamos una consideración histórica: por suerte o por desgracia, nuestra época no
son los años setenta. No tenemos por delante medio siglo de normalidad capitalista
que, con toda su barbarie, pueda permitir a los movimientos emancipadores posiciones
de crítica marginal porque en el fondo la vida cotidiana, al menos en nuestro espacio
geopolítico privilegiado, sigue siendo habitable. El cambio climático y la crisis
ecológica ya están facilitando una intensificación exponencial del conflicto político.
Fenómenos como golpes de Estado, genocidios, guerras por recursos, y el éxito
electoral de opciones criptofascistas serán cada vez más comunes… ¿Somos capaces
de hacernos cargo realmente de esto?
El peligro que define nuestro momento político es tal que devalúa mucho casi todos los
precios ideológicos y simbólicos que, durante el camino, toque pagar por humanizar el
desenlace de las tensiones que hoy se acumulan en el horizonte. La catástrofe solo
podrá ser evitada por gobiernos duraderos de amplias mayorías. Y por tanto plurales
en sus propuestas, con capacidad tanto para el conflicto como para el pacto y la
cesión, y con talento para hacer equilibrismo entre el impulso transformador y un sentir
general de época del que nunca puedes alejarte demasiado aunque sople a la contra.
En esta tarea de ser gobiernos democráticos por y para la transición ecológica, las
contradicciones y las concesiones desagradables a los enemigos, el cruce de las
líneas rojas, la necesidad de aceptar el mal menor por un bien mayor, “las tazas de
mierda” en todas y cada una de sus formas, van a ser directamente proporcionales al
grado de poder que consigamos administrar. Es fácil imaginar que, en este sentido,
MNN es una minucia comparado con los malos tragos que hemos de pasar si
hacemos las cosas bien y no nos conformamos con el espacio de confort de la
radicalidad residual.
Con todo, un pragmatismo político maduro no implica un cheque en blanco a los
gobiernos votados. Al contario. Cuando los gobiernos presentan límites, la tarea de los
partidos es discutirlos. Y la de los movimientos sociales forzarlos. Ambas cosas deben
pasar en los próximos meses: el debate interno en Más Madrid sobre transición
ecológica y sobre qué cabe esperar de ella en esta correlación de fuerzas; la lucha
ecologista y vecinal contra los aspectos más lesivos de MNN, que seguramente sea
mucho más fértil en el terreno judicial (Ecologistas en Acción suele hacer en este
flanco una labor encomiable) que desde la calle entendida como movilización clásica.
Y esto, que la principal vía de oposición sea la judicial y no la de la movilización, es
otra clarísima expresión de la desfavorable correlación de fuerzas en la que nos
encontramos a día de hoy, pero es una que señala los enormes límites materiales y
culturales de la movilización popular y no tanto de la acción institucional.
Cierro llamando a asumir con naturalidad una contradicción un poco esquizoide, pero
irresoluble: lo que en lo social puede ser una oposición necesaria, en lo institucional
puede ser un error. Si algo aleja a Madrid de un hipotético futuro sostenible, mucho
más que MNN, son 4 años de Vox en el gobierno. Ecológicamente no es una buena
noticia la aprobación de MNN tal y como ha sido diseñado. Pero es muchísimo peor
que Carmena no esté en la Alcaldía para implementarlo.