Testimonios de un mundo al revés

Ayer escuché a mi primo Duarte, que lleva casi dos años de esfuerzo intentando poner en pie un proyecto agroecológico y anticapitalista en el entorno rural de Ferrol, una reflexión lúcida, cargada de verdad y drama y al mismo tiempo tan ilustrativa de eso que los situacionistas llamaban la inversión del mundo. Se preguntaba  más o menos esto: «¿Por qué yo, que no trabajo mi huerta con químicos, tengo que demostrarlo, estar metido en un montón de trámites burocráticos y pagar por ello al Estado y alguien que usa químicos, que está haciendo daño tanto al ecosistema como a la gente, no lo tiene que hacer? ¿Pero esto qué es?  ¿El mundo patas arriba?»

Qué definición más exacta de lo que es el capitalismo: el mundo patas arriba, el mundo al revés, dado la vuelta en un ejercicio demencial que busca exprimir beneficio de cualquier cosa.

Un poco más tarde, la conversión arrojó otra anécdota escalofriante. Una mujer campesina de avanzada edad, con la que Duarte compartió hace unos días puesto en un mercado local, se burlaba cariñosamente de él por el pequeño tamaño de sus lechugas ecológicas, en comparación con sus lustrosas y vigorosas lechugas cultivadas bajo los métodos que la revolución verde ha vuelto convencionales. Al terminar la feria, Duarte le preguntó ingenuamente a la señora si iba a aprovechar sus lechugas sobrantes para dar de comer a sus gallinas, a lo que la mujer en un golpe de sinceridad siniestra le respondió: «non que morren» (no que mueren). La causa de la muerte de las gallinas era la exposición al babosil, un agrotóxico. Y sin embargo, esas mismas lechugas acabaron en los platos de cualquiera que las hubiera comprado.

Por supuesto, no es una cuestión simplemente de deficiencia moral. Es estructural. El capitalismo nos configura como sujetos en competencia, literalmente, a vida o muerte. Nos obliga a salir adelante pisándonos unos a otros, destinados a ser homicidas en diferido. Otra inversión aberrante, porque los seres humanos de todos los tiempos hemos vivido ayudándonos los unos a los otros (o al menos, para no pecar tampoco de un armonismo que también es erróneo, coaligados en grupos amplios).

Por cierto, la anécdota también sirve para enfrentar la idea de las reservas: no hay territorio virgen (el campesinado , el proletariado, la cultura popular, los pueblos indígenas o el inconsciente) desde el que levantar una resistencia exterior y no contaminada.