El derecho a soñar tumbado en una hamaca
El capitalismo es una pesadilla que está hecha de paradojas. Una de las más irracionales es que somos capaces de producir cada vez más más cosas con menos trabajo, pero cada vez trabajamos más. Llevamos aproximadamente dos siglos gastando el premio de una lotería energética sin igual, que son los combustibles fósiles. Una época en la que además el ingenio científico ha aumentado hasta lo inconcebible nuestro radio de acción. En campos como la medicina o la comunicación hacemos magia. Y sin embargo, pese a contar con más riqueza que nunca, en términos de tiempo libre somos más pobres que nunca. Lewis Mumford nos recuerda que en la Edad Medía los días festivos anuales eran casi un tercio del año.
Que nuestra economía funcione como una estafa piramidal, teniendo que incrementar sus beneficios anuales so pena de derrumbarse, tiene implicaciones perversas. Una de ellas, que los adelantos tecnológicos no sirvan para ahorrar esfuerzo humano. Solo para aumentar el volumen de las mercancías producidas que alguien tendrá luego que comprar. Hay un hilo que conecta la obsolescencia programada, el extractivismo, la catástrofe ambiental y la actual epidemia de estrés. Nos hemos convertido en una sociedad bulímica, que engulle y vomita, vuelve a engullir y vuelve a vomitar, tiempo, recursos naturales, vidas. Una sociedad punk, que hace del eslogan no hay futuro su mantra cotidiano.
Esforzarse en decrecer, sanar, parar. Este es el mensaje que el ecologismo mejor informado ha puesto encima de la mesa. Puro sentido común, que atenta sin embargo contra las lógicas más profundas de nuestro orden social. Que, por cierto, van más allá de las leyes: estas lógicas están tan arraigadas culturalmente que en la mente de la mayoría se hacen pasar por la misma realidad. Por eso para revertirlas tenemos que aprender a valorar de nuevo qué es lo importante y qué es lo posible. Drenar el coagulo de nuestra imaginación utópica.
En sus charlas, Yayo Herrero hace un ejercicio interesante para atreverse a llevar la contraria a esta corriente autodestructiva: reescribir, en términos ecofeministas, el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Quedaría algo tan bonito como esto: «Todos los seres humanos nacen vulnerables e indefensos en el seno de una madre y llegarán a ser libres e iguales en derechos y obligaciones en el caso de que reciban una cantidad enorme de cuidados, de atenciones, de afectos y de educación que deberán ser proporcionados por hombres y mujeres de otras generaciones, en una tarea civilizatoria sin la cual nuestra especie no puede vivir. En caso de recibirlos llegarán a estar dotados de razón que les permita vivir fraternalmente los unos con los otros, conscientes de que habitamos un planeta que tiene límites físicos, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estaremos obligados a conservar».
Podríamos ir más allá. Paul Lafargue hablaba en el siglo XIX del derecho a la pereza. Si hemos de reescribir los Derechos Humanos para el siglo XXI, el derecho a la pereza tiene que jugar un papel importante. Conviene refinarlo, para enunciarlo en términos menos abstractos. Aterrizarlo en algunos ejemplos concretos. Proponemos uno: «todo hombre o mujer tienen derecho a soñar que se enamoran tumbados en una hamaca». La hamaca, ese símbolo tropical que nos conduce mentalmente a un espacio-tiempo idílico. Soñar: ese reducto de nuestro inconsciente tan inútil para el mercado. Enamorarse, esa experiencia cumbre que tampoco se puede comprar.
En Móstoles hemos querido adelantarnos a lo mejor de un siglo XXI en disputa. Y convocar a perezosas y soñadores, artesanas sin título y adictos a la siesta, enamoradizos y nostálgicas del futuro, a tejer juntas el primer hamacódromo popular del país. Para tener un bello rincón en un parque público donde cualquiera pueda descansar. Para no olvidar que la felicidad es exactamente lo contrario a la productividad. Para encontrarse y entretejer otras cosas más importantes que hamacas: nuestros vínculos deshilachados, nuestros saberes desperdiciados, nuestra lentitud estratégica, nuestra alegría incansable, nuestra creatividad sin medida, nuestras ganas de vivir bien en común.
¿Vienes a enredarte con nosotras?
Emilio Santiago Muíño-Instituto de Transición Rompe el Círculo