Resumen, en forma de plano, del capítulo «Móstoles es un sí lugar», que estará incluido en un libro sobre geografía poética y bulimia turística que estaré ultimando este verano.
Aquí el plano en pdf, y un poco más abajo la introducción del capítulo:

Móstoles: reivindicación de un sí lugar
En 1988, a la edad de cuatro años, vine a vivir a Móstoles. Una ciudad de la conurbación madrileña, que por aquel entonces superaba los 180.000 habitantes, y que ya despuntaba como una realidad social de la que hoy es un ejemplo paradigmático: un barrio obrero en un mundo posobrero. Con renta por debajo y desempleo por encima de la media regional. Pero sin industria nacional. Sin movimientos sindicales y vecinales fuertes. Sin conciencia de clase masiva. Huérfanos de gran mito. Esto es, sin socialismo en el horizonte como proyecto de futuro en marcha hacia el que apuntar ilusiones y esfuerzos.
El antropólogo Marc Augé acuñó un concepto con mucho éxito en el análisis crítico, especialmente entre arquitectos, urbanistas y artistas: el no lugar. Espacios de anonimato, como reza el subtítulo del libro en el que lo trabajó, que proliferan cada vez más en nuestras vidas, y se definen por ser sitios diseñados por y para el tránsito. Donde prima el flujo de personas y mercancías, y no hay condiciones de estabilidad para que eche raíces una identidad antropológica. Autopistas, salas de espera en aeropuertos o supermercados son ejemplos de este suelo cultural impermeable, que no admite ninguna forma de arraigo[i].
En algunos discursos un poco recargados la idea de no lugar se ha ido estirando para dar cabida a realidades mucho más amplias que aquellas que Augé dio cuenta. Así un sitio como Móstoles casi entraría en la categoría de los no lugares. Móstoles no sería una ciudad, sino una suma de camas asequibles para sueldos medio-bajos suficientemente cerca de Madrid. ¿Su efecto? Una geografía urbana tan precocinada, tan repetitiva, tan plana y antropológicamente tan estéril como la de los no lugares.
Los ejemplos de este abuso conceptual abundan. Miguel Amorós afirmaba en su artículo Alcorcón como pretexto que las antiguas ciudades del cinturón obrero se habían vuelto una especie de lugares sin memoria, sin vida social, culturalmente anómicos, sin identidad: “estas ciudades se acabaron convirtiendo en grises aglomeraciones donde los individuos sepultan sus deseos por la tarde y cambian sus sueños por pesadillas”[ii].
Es evidente que, siendo rigurosos, se trata de una interpretación muy forzada, porque por definición en los no lugares ni se mantienen relaciones duraderas, ni hay vínculos sociales estables, ni sentido de pertenencia alguno. En los no lugares ni siquiera se duerme, y Móstoles es habitual considerarla una ciudad dormitorio. El pasillo, que va de un sitio a otro, es como dice Santi Alba Rico, la forma espacial predilecta del capitalismo y el no lugar ideal por excelencia. Móstoles será muchas cosas, pero no es un pasillo. Sin embargo, esta analogía con el pasillo sí es más exacta en una acepción muy significativa, que además puede tener cierta correspondencia con la realidad de muchos comportamientos sociales, tanto por parte de los mostoleños y mostoleñas como por parte del papel que ocupa un sitio como Móstoles en los imaginarios de quién no vive aquí: entenderlo como un espacio de tránsito biográfico. Un pasillo vital que, si se hacen las cosas bien, desemboca en un ascensor social que lleva a otra parte. Generalmente, a alguna planta sociológica superior para clases medias, bien en Madrid Centro para el caso de las clases medias creativas o en urbanizaciones de chalets del nuevo cinturón verde que rodea la capital para las clases medias funcionales[iii]. Solo habita Móstoles quién no le queda más remedio. Pero quién puede, está de paso. Y escapa lo antes posible a un sitio mejor.
32 años después de llegar, y aun habiendo podido escapar, muchas y muchos seguimos aquí. Extrañamente enamorados de un sitio que a todos nos tocó por azar. Misteriosamente orgullosos de una ciudad que aparentemente no ofrece motivos para ello. El éxito de la línea underground de camisetas de los Vampire Warriors, en la que la frase Mi barrio or die va estampada junto al nombre de ciudades como Móstoles, Fuenlabrada, o Alcorcón, es una muestra interesante del poder de pertenencia de estas patrias chicas.
Huérfanos Salvajes, extravagante colectivo mostoleño de la primera década de los 2000, sintiéndose aludidos por el texto de Amorós antes referido, contestó con una breve nota de cinco palabras que decía simplemente: “señor Amorós, todavía estamos vivos”. Con perspectiva, me atrevería a decir más: visto lo visto, defiendo que estamos especialmente vivos. Lo que no es incompatible con reconocer que estamos también especialmente jodidos y puteados. Entre la espada de los altos niveles de paro y la pared de unos trabajos precarios donde nos jugamos la vida en el plano físico y mental. Jodidas y puteadas por los precios cada vez más disparatados e inasumibles de los alquileres. Por letras hipotecarias que se ponen cuesta arriba con cada turbulencia económica, cada vez más frecuentes. Por los días tan largos, tan lejos de casa, con cientos de horas de vida perdidas en transportes hacinados, y llegar sin fuerzas ni para hacer el amor. Por la boina de contaminación que arroja Madrid sobre sus bordes, en una suerte de transacción diabólica: los minutos que ganamos al día con un coche para no morir de pena, los perdemos en minutos de vida futura en forma de tumores, asma, enfermedades respiratorias, en horas en urgencias con nuestros niños aquejados de ataques de bronquitis y alergias.
Jodidos y puteadas también por un ayuntamiento que las fuerzas del municipalismo no supimos transformar de raíz cuando estuvimos en él. Y que hoy vuelve a cultivar con ahínco el nepotismo de camarilla, y ese estilo de mafia chabacana tan propia de los años noventa, pretendiendo gobernar Móstoles como si el 15M no hubiera existido nunca. Jodidas y puteados por una Comunidad de Madrid donde la mafia lleva en el poder casi un cuarto de siglo, haciendo de Madrid un laboratorio de neoliberalismo extremo. Cada exención fiscal a los ricos, cada reforma de la ley del suelo, cada recorte de la sanidad pública, aplica una nueva incisión sobre un cuerpo social sometido a una cruenta vivisección sin anestesia.
A pesar de todo ello, Móstoles es un sí lugar que merece la pena ser reivindicado. Y no solo para darnos un homenaje de amor propio, y que todos los momentos maravillosos que aquí han sucedido, y todavía suceden, no se pierdan como lágrimas en la lluvia, que diría el replicante Roy Batty de Blade Runner. En el puñetazo sobre la mesa de la identidad herida, en la jactancia tribal a pesar de la desventaja, la fealdad y los defectos, en la emoción de gritar en un pogo a viva voz con los Non Servium que “lucharemos por defender la independencia de la bandera mostoleña”, en todas estas cosas concretas que pasan también en muchas otras ciudades y que necesitan millones de libros como este, cada uno ajustado al tono específico de su belleza y su miseria local, está una de las claves de la batalla política que marcará el siglo XXI. Y con ella algo tan impensable como el destino de la especie. El mundo entero está lleno de miles de Móstoles con otros nombres. Miles de geografías que el capitalismo tiende a reducir a no lugares. El Planeta Móstoles solo evitará el desastre ecológico y climático si estos supuestos no lugares que lo pueblan empiezan a federar entre ellos, con generosidad y respeto mutuo, la poesía cotidiana de un hermoso Sí. Contra la bulimia turística que acelera la destrucción de ecosistemas, culturas, ciudades y pueblos, la felicidad de km. 0. Contra la hiperinflación mercantil del deseo, que termina desembocando en el crimen, eso que siempre decía el poeta quebequense Roland Guiguère: lo maravilloso fácil[iv].
[i] Marc Auge (1993) Los no lugares. Espacios de anonimato. Barcelona: Gedisa.
[ii] Miguel Amorós (2007) Alcorcón como pretexto. En línea. Disponible en: https://madrid.lahaine.org/alcorcon_como_pretexto
[iii] «La periferia de Madrid estrena cinturón: Vox se impone en los márgenes de la comunidad» El Diario.es 17 de noviembre de 2019. Disponible en: https://www.eldiario.es/madrid/vox-pinta-cinturon-perifericas-madrid_1_1257476.html
[iv] Roland Guiguère «Ante lo fatal», en Aldo Pellegrini (2006) Antologúa de la poesía surrealista. Buenos Aires: Argonauta, pág.286.